- 19/08/2013
- Posted by: Samuel Diosdado
- Categoría: Personal

Todos los que somos corredores habituales y nos apasiona el running deberíamos leer el libro “De qué hablo cuando hablo de correr” (Haruki Murakami). Estoy convencido de que muchos ya lo habréis leído y releído, e incluso alguno lo tendrá en su mesilla de noche como libro de cabecera. Pero como acabo de leerlo, no he podido resistirme a escribir un artículo extrayendo algunos de los párrafos e ideas que más me han marcado y con los que me siento plenamente identificado. Y con el permiso de Haruki Murakami, los he hecho un poco míos para darles coherencia narrativa y adaptarlos a mi vida.
En algunos momentos de la lectura parecía que estaba hablando de mi mismo. Me he sentido muy identificado con el autor. Y como he dicho al empezar, todo corredor que se considere con tal, debería leerlo si o si.

El running encaja perfectamente con mi personalidad
No puede decirse que yo esté hecho para los deportes de equipo. Para bien o para mal, es algo con lo que se nace. Siempre que juego al futbol o al baloncesto (salvo durante mi infancia, es algo poco frecuente), no puedo evitar sentirme ligeramente incómodo.
Tal vez sea deba a que a pesar de tener tres hermanos, nunca se ha fomentado en mi casa el espíritu de colaboración, pero lo cierto es que los juegos de equipo no me apasionan nada. En cuanto a los juegos en que se enfrentan dos personas, como el tenis, tampoco puedo decir que sean mi fuerte. El tenis me gusta, pero, cuando he jugado un partido, tanto si ganaba como si perdía, nunca me he quedado muy convencido. Los deportes de combate también se me dan mal.
Por supuesto, yo también tengo mi pundonor y no me gusta perder. Pero desde antaño, no sé por qué, nunca he tenido especial interés en competir con los demás para ver quién gana o pierde. Y esta tendencia no ha cambiado, en general, al hacerme adulto. En este y en otros ámbitos, no me preocupa en exceso sin gano o me ganan. Me interesa más ver si soy o no capaz de superar los parámetros que doy por buenos. Y, en ese sentido, el running encaja perfectamente con mi mentalidad.
Si uno prueba a correr largas distancias se da cuenta de ello: a los corredores de verdad no les importa demasiado que otro corredor les supere o superar a otro durante la carrera, incluso prefieren ayudar a otros a tirar durante las carreras en detrimento de sus tiempos de carrera. Por supuesto, si uno llega a ser un corredor de élite de los que aspiran a la victoria, entonces superar al rival que se tiene delante cobra mucha importancia, pero en general, para los que no formamos parte de esa élite, una victoria o una derrota en particular no es crucial. Es posible también que, entre estos últimos, y algún caso conozco, haya quien corra con la motivación de no querer que le gane tal o cual persona, y quizás eso les sirva de estímulo para entrenar. Pero si tu motivación para correr desaparece (o disminuye) cuando determinado rival, por los motivos que sean, no puede participar en ella, está claro que no aguantarás mucho como corredor.
La mayoría de los corredores suele afrontar las carreras fijándose de antemano un objetivo concreto, del estilo: “Esta vez intentaré hacerlo en tal tiempo”. Si consiguen recorrer cierta distancia en el tiempo que se han fijado, entonces “han conseguido algo”, y, si no lo logran, entonces “no lo han conseguido” y es una motivación más para seguir corriendo. Pero, aún suponiendo que no logren correr en el tiempo que se han fijado, si al acabar siente la satisfacción de haber hecho todo lo posible, si experimentan una reacción positiva que les vincule con la siguiente carrera, la sensación de haber descubierto algo grande, tal vez ello suponga ya, en sí mismo, un logro. En otras palabras, el orgullo (o algo parecido) de haber conseguido terminar la carrera es el criterio verdaderamente relevante para los verdaderos runners.
Para mi correr, al tiempo que un ejercicio provechoso, ha sido también una metáfora útil. A la par que corría día a día, o a la vez que iba participando en carreras, iba subiendo el listón de los logros y, a base de irlo superando, el que subía era yo. O, al menos, aspirando a superarme, me iba esforzando día a día para conseguirlo. Ni que decir tiene que no soy un gran corredor. Mi nivel es extremadamente corriente, por no decir mediocre, pero eso no es en absoluto importante. Lo importante es ir superándose, aunque sólo sea un poco, con respecto al día anterior. Porque si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera, ése no es otro que el tú de ayer.
Alcanzar la meta, no caminar y disfrutar de la carrera son, en ese orden, mis tres objetivos fundamentales.
La inevitable soledad del corredor
Soy de las personas a las que le gusta disfrutar de momentos de soledad. O, para expresarlo con mayor precisión, yo soy de esos a los que no les produce tanto sufrimiento el hecho de estar solos. Correr cada día completamente solo durante una hora o dos sin hablar con nadie, o pasar cuatro o cinco horas escribiendo un artículo para mi blog a solas y en silencia frente al ordenador, no me resulta especialmente duro ni aburrido. Esto no quiere decir, que prefiera la soledad en todos los ámbitos de mi vida, pero el simple hecho de correr una o dos horas tres o cuatro días a la semana, asegurándome con ello un tiempo de silencio sólo para mí, se ha convertido en un hábito decisivo para mi salud mental. Al menos cuando corro no tengo que hablar con nadie ni escuchar a nadie, algo que en la ajetreada vida de hoy en día, es algo que se agradece. Basta con centrarme en la carretera y mirar hacia mi interior. Son momentos preciosos e insustituibles.
A menudo me preguntan en qué pienso cuando estoy corriendo. Los que me hacen esta pregunta son por lo general, personas que nunca han vivido la experiencia de correr durante una larga temporada. Y cada vez que me hacen una pregunta de esta clase, no puedo evitar sumirme en una profunda reflexión: “Vamos a ver, ¿realmente en qué pienso mientras corro?”. Y, para ser francos, no consigo recordar bien en qué he venido pensando hasta ahora mientras corría.
¿En que pienso mientras corro?
Realmente, mientras corro, corro. Como norma, corro en medio del vacío. Dicho a la inversa, tal vez cabría afirmar que corro para lograr el vacío. Y también es en el vacío donde se sumergen esos pensamientos esporádicos. Es lógico. Porque en el interior de la mente humana es imposible lograr el vacío absoluto. Esos pensamientos o ideas que penetran en mi espíritu mientras corro no son, en definitiva, más que meros accesorios del vacío. No son contenido, son pensamientos generados en torno al eje de la vacuidad.
Mientras corro, se me pasan muchos pensamientos por la cabeza, pero en sustancia, no pienso en nada. Simplemente sigo corriendo en medio de ese silencio matinal que tanto me gusta, en medio de ese coqueto y artesanal vacío. Es realmente estupendo, digan lo que digan.
Mientras corro pienso, de improviso, que tampoco pasa nada si no consigo mis marcas. He envejecido y el tiempo va cobrando sus cuotas. Nadie tiene la culpa. Son las reglas del juego. Es igual que los ríos que fluyen hacia el mar. Sólo puedes aceptar esa imagen tuya tal como es, como una parte más de paisaje natural. Quizá no resulte una tarea muy grata. Y quizá lo que descubras tampoco te guste particularmente. Pero pienso que nada puedo hacer. Hasta ahora, a mi manera, he venido disfrutando más o menos de la vida.
Las grandes ventajas del running
Correr tiene algunas grandes ventajas. Para empezar, no hacen falta compañeros ni contrincantes. Tampoco se necesita equipamiento o enseres especiales. Ni hay que ir a ningún sitio especial. Con un calzado adecuado y un camino que cumpla unas mínimas condiciones, uno puede correr cuando y cuanto le apetezca. Eso con el tenis o el padel no es posible. Hay que desplazarse cada vez hasta una pista y se precisa un compañero. La natación se puede practicar sólo, pero hay que encontrar una piscina adecuada. Montar en bicicleta, requiere de un equipamiento especial, disponer de un amplio trayecto de recorrido y ya no dependes tanto de ti mismo; es un “instrumento” que necesita un montón de accesorios: casco, que si calzado especial, etc. y luego esta el tema de los cambios de marcha, los cambios de postura, aumento o disminución de la carga… dependiendo las cuestas, descensos, los vientos, etc. Como digo el triatleta Dave Scott tras su primer entrenamiento de ciclismo: “Pensé que, de entre todos los deportes que había inventado el hombre, este era sin duda el más desagradable”.
El correr no es para todos
Cuando digo que me levanto a las 6 de la mañana tres o cuatro veces a la semana para calzarme las deportivas y salir a correr 12 kilómetros, hay que gente que se admira de ello, y algunos me dicen: “Menuda fuerza de voluntad tienes”. Por supuesto me alegra que me elogien, pero a mi opinión, tener fuerza de voluntad no significa que uno consiga todo lo que quiere. El mundo no es tan sencillo o para ser franco, tengo incluso la impresión de que entre el hecho de correr habitualmente y tener mucha fuerza de voluntad no existe tanta correlación. Que yo lleve corriendo un cierto tiempo y dedicándole cierto tiempo de mi vida supongo que se debe, en definitiva, a que esa actividad va con mi carácter. O, al menos, a que no me causa tanto sufrimiento. Al ser humano no le cuesta proseguir con algo que no le gusta, pero sí con algo que no le gusta. Supongo que la voluntad, o algo parecido a la voluntad, tiene que ver poco con ello.
Por mucha fuerza de voluntad que uno posea, por mucho que sea de los que no se dan por vencidos, si algo no le va, no podrá hacerlo durante largo tiempo. Y, aunque pudiera, seguro que su salud se resentiría.

Por eso nunca he recomendado a nadie de mi entorno que corra. En mi opinión, hay que evitar en la medida de lo posible decir cosas como: “correr es algo estupendo. ¡Corramos juntos!”. Si una persona tiene interés en correr en serio, en algún momento se pondrá a correr por su propia cuenta aunque nadie le diga nada; y, si no tiene interés, de nada servirá que se lo recomendemos fervientemente. La maratón e incluso la media maratón no son un deporte para todo el mundo. Ocurre lo mismo con los oficios, hay oficios que no son para todo el mundo. Por mucho que me empeñase en ser ingeniero aeronáutico, os digo yo que jamás lo sería. En mi caso me especialice en Marketing Digital por iniciativa propia. Del mismo modo, uno no se hace corredor porque alguien se lo recomiende. En esencia, uno se hace corredor sin más.
Eso no quita, que explicando tu experiencia a otros, logres que personas que si están hechas para el running pero que no se atreven a empezar, acaben por dar el paso y se animen a iniciarse en este maravilloso deporte. Pero unas personas valen para unas cosas y otras para otras.
El running ayuda a disfrutar de una vida plena
Para mi correr habitualmente es vital, de modo que no puedo aflojar o dejarlo sólo porque este ocupado. Si tuviera que dejar de correr sólo porque estoy ocupado, sin duda no podría correr en mi vida. Y es que razones para seguir corriendo no hay más que unas pocas, pero, si es para dejarlo, hay para llenar un trailer. Así las cosas, lo único que podemos hacer es seguir puliendo, cuidadosamente y una por una, esas “pocas razones”. Seguir puliéndolas denodadamente y sin dejar un resquicio en cuanto encontremos tiempo para ello.
A veces, algunas personas se dirigen a los que corremos a diario para preguntarnos burlonamente si lo que pretendemos con tanto esfuerzo es vivir más. La verdad es que no creo que haya mucha gente que corra a fin de vivir más. Más bien tengo la impresión de que son más numerosos los que corren pensando: “No importa si no vivo mucho, pero, mientras viva, quiero al menos que esa vida sea plena”. Por supuesto, es muchísimo mejor vivir diez años de vida con intensidad y perseverando en un firme objetivo, que vivir esos diez años de un modo vacuo y disperso. Y pienso que correr me ayuda a conseguirlo. Ir consumiéndote a uno mismo, concierta eficiencia y dentro de las limitaciones que nos han sido impuestas a cada uno, es la esencia del correr y, al mismo tiempo, una metáfora del vivir (y, para mi ,también de mi trabajo). Seguramente muchos corredores compartan esta opinión.
La importancia de los músculos
Cuando entreno un poco más fuerte porque me estoy preparando para una media maratón, por lo general mis músculos se endurecen a más no poder. Tanto que, cuando por las mañanas me calzo mis deportivas y empiezo a correr, las piernas me pesan. Y horrores, y creo que nunca más volverán a funcionar como Dios manda. Y así, casi arrastrándolas, empiezo a correr lenta y pesadamente por la carretera. Ni siquiera consigo alcanzar a las señoras del barrio que caminan a buen paso. Pero, mientras aguanto corriendo, los músculos se me van soltando y, más o menos a los 15 minutos, ya corro con normalidad. Lentamente también gano velocidad. Y, entonces ya soy capaz de seguir corriendo mecánicamente sin mayores sufrimientos.
En resumen: mis músculos son de los que necesitan tiempo para arrancar. Su despegue es notablemente lento. A cambio, una vez que empiezan a funcionar en caliente, pueden seguir en movimiento durante largo tiempo, sin forzarlos y manteniendo un buen tono. Supongo que cabe decir que son los músculos “idóneos para largas distancias”, que es lo que un día me digo un fisioterapeuta al que acudía a descargar las piernas y a quitarme las contracturas. Y que, por tanto, no están hechos en absoluto para las cortas. En una competición de corta distancia, es muy posible que, para cuando el motor de mis músculos se hubiera puesto en marcha, la carrera ya se habría acabado. Creo, aunque no domino las especificaciones de esta materia, que estas peculiaridades de los músculos son, hasta cierto punto, algo congénito.
Las rodillas, las grandes olvidadas
Para un corredor de fondo, que ha de convivir a diario con el duro entrenamiento, las rodillas son siempre su talón de Aquiles. Se dice que, al correr, cada vez que apoyamos los pies transmitimos a las piernas un impacto equivalente al triple de nuestro peso corporal. Eso lo repetimos unas diez mil veces al día. Y ahí, entre el duro hormigón del piso y esa irracional carga de peso (por más que las zapatillas incorporen elementos amortiguadores), están nuestras rodillas, aguantando firme y silenciosamente. Si se piensa bien (y esto es algo que nunca se piensa), lo raro sería que no surgieran problemas. Supongo que las rodillas también tienen derecho a quejarse de vez en cuando: “De acuerdo, corre hasta quedarte sin aliento, pero ¿no podrías ocuparte un poquito de nosotras? Recuerda que, si nos rompemos, no tienes otras de repuesto, ¿eh?”.
¿Cuándo fue la última vez que pensé en serio en mis rodillas? Al hacerme esta pregunta, sentí que les debía una disculpa a ambas. Quedarse sin aliento tiene fácil arreglo, pero lesionarse las rodillas no. No hay más remedio que aguantar con ellas hasta la tumba. Así que hay que cuidarlas bien.
Mientras mi cuerpo me lo permita, aunque esté viejo y achacoso, y aunque la gente de mi entorno me sugiera cosas como “Samuel, ¿no crees que sería hora de ir dejándolo?, ya tienes una edad, ¿eh?”, seguiré corriendo. Aunque mis tiempos empeoren más y más, aunque me cueste más recuperarme entre carrera y carrera, estoy seguro de que pondré en ello el mismo empeño y esfuerzo que hasta ahora, e incluso en ocasiones más.
Sentimiento de solidaridad entre runners
Entre los corredores existe una suerte de entendimiento que no precisaba de palabras. Por más diferencias de nivel que haya entre los corredores, hay cosas que sólo comprendemos los que corremos habitualmente. Somos una raza más bien peculiar en nuestra sociedad. Piénsalo. La mayoría de los que corremos tenemos que atender a nuestras familias y a nuestros trabajos, y además tenemos que lidiar con los entrenamientos. Por supuesto, eso nos roba tiempo y energías. Sin duda, para los estándares sociales, no puede decirse que llevemos una vida como es debido. No tenemos mucho derecho a quejarnos si nos llaman raros o excéntricos. Por eso, aunque no sea algo tan pretencioso como para calificarlo de “sentimiento de solidaridad”, existe vagamente entre nosotros, como una tenue bruma que se forma en las cumbres montañosas a finales de primavera, algo así como un cálido sentimiento común. Por supuesto, se trata de una carrera, así que los factores victoria y derrota sin duda también están presentes; pero creo, que como ya he dicho en el primer punto, en general, para un corredor habitual, acudir a una carrera significar participar en un ceremonial en el que se constata el estado de ese sentimiento común (o sea, la forma y totalidad de la bruma), y eso le importa mucho más que el hecho de ganar o perder.
El running, una filosofía de vida
Correr en serio por supuesto que resulta físicamente duro y exigente, pero esa dureza viene a ser algo así como una premisa para los deportes de esta índole. Si el dolor no formara parte de ellos, ¿quién iba a tomarse la molestia de afrontar desafíos como una media maratón o una maratón, con la inversión de tiempo y esfuerzo que conlleva? Precisamente porque son duros, y precisamente porque nos atrevemos a afrontar esa dureza, es por lo que podemos experimentar la sensación de estar vivos; y si no experimentamos esa sensación plenamente, sí al menos de manera parcial. Y, a veces (si todo va bien), podemos aprender que lo que de veras de calidad a la vida no se encuentra en cosas fijas e inmóviles, como los resultados, las cifras o las clasificaciones, sino que se halla, inestable, en nuestros propios actos.
Cuando los corredores acabamos una carrera, regresamos cada uno a su casa o su ciudad para seguir entrenando en silencio como hasta ahora (supongo) para preparar la siguiente carrera. Aunque este tipo de vida, vista desde fuera pueda parecer efímera, inútil y sin mucho sentido, o sumamente ineficaz, me digo que hay que resignarse a lo que hay. Y aunque realmente no se trate sino de un acto vano, como verter agua en una vieja olla agujereada, al menos siempre quedará en hecho de haber realizado el esfuerzo. Tendrá su utilidad o no, será o no atractiva a los ojos de los demás, pero, en definitiva, lo más importante para nosotros es, en la mayoría de los casos, algo que no puede verse con los ojos (aunque sí sentirse con el corazón). Y, a menudo, las cosas verdaderamente valiosas son aquellas que sólo se consiguen mediante tareas y actividades de escasa utilidad. Tal vez sean tareas y actividades vanas, pero jamás estúpidas. Pienso así por mi sentir y por mi experiencia.
Los tiempos individuales, el puesto en la clasificación, tu apariencia, o cómo te valore la gente, no son más que cosas secundarias. Para mi, como corredor, lo importante es ir superando, con sus propias piernas y con firmeza, cada una de las metas que me marco día a día, carrera a carrera. Quedarse convencido, a su manera, de que ha dado todo lo que tenía que dar y de que ha aguantado como debía. Ir extrayendo alguna enseñanza concreta (no importa lo nimia que sea, pero que sea lo más concreta posible) de las alegrías y los fracasos. Y, a base de tiempo y años, ir acumulando una por una carreras para, finalmente, sentirse satisfecho.
Conclusión
Si algún día quisieran grabarme un epitafio y pudiera elegir yo las palabras, me gustaría que dijeran al así como:
SAMUEL DIOSDADO
Padre de familia, esposo (y corredor)
(1974-20XX)
Al menos aguantó sin caminar hasta el final
No importa si eres hombre o mujer; no importa la hora en que lo haces; no importa si lo haces en silencio o con música. Lo cierto es que en el tiempo que lo hago, no me importa nada, sólo somos el camino y yo.
SOY CORREDOR RECREATIVO Y CUANDO ME INICIE EN LA CARRERA, ME INICIE TAMBIÈN EN EL CONOCIMIENTO DE MI MISMO.
SALUDOS Y TE FELICITO POR TU BLOG.
Muchas gracias Heriberto